Las gotas caen sobre su rostro deslizándose hacia partes de
su cuerpo de manera aleatoria.
Una de ellas cae en su rodilla, que pese a molestarle e
incluso a veces a dolerle sigue corriendo sin pausa, esquivando rocas, surcos y
medianos torrentes formados por la lluvia.
El frío no es un inconveniente, no esta vez, pues el ritmo
de carrera que lleva pese a las adversidades es alto, más alto de lo normal, no
tiene miedo a que su cuerpo le falle pese a su falta de costumbre después de la
lesión, confía en él, como siempre hace.
La música le da ese ritmo y esas fuerzas que las grandes
laderas de la montaña reducen, su respiración se agita, y sus manos han dejado
desde hace bastante tiempo de responder, pero pese a todo él sigue. No hay nada
que consiga pararle, ni tan siquiera los charcos que se interponen en su camino
cubriéndole gran parte de los gemelos, llenando de agua y barro sus calcetines,
sus zapatillas, aumentando considerablemente el peso de sus pies. Pero le gusta, la
dificultad le llama la atención, y más cuando corre para olvidarse
absolutamente de todo, para desconectar y al mismo tiempo pensar, buscar un
equilibrio entre la respuesta que busca y los kilómetros que recorre. Cuánto
más corre, mejor es la respuesta.
Continua sin pausa, subiendo las largas cuestas, comparando
el esfuerzo que tiene que hacer con su propia vida, momentos en los que subir
el camino y parar es rendirse de manera automática, viendo a lo lejos todo el
recorrido que le queda y que no sabe a donde le va llevar, porque esta vez,
siguió hacia lo desconocido.
La música se para, el móvil sin saber por qué se apaga, no
es la batería, no está mojado… Es una señal, como la que más adelante se le
avecina. Sigue su carrera, sin música, escuchando como la respiración se
acelera más y más, las gotas de lluvia comienzan a caer más rápido, los
acantilados pasan a su lado sin poder contemplarle más de unos segundos, los
pájaros buscan un lugar seco y acogedor, pero él corre, corre, corre…
Las liebres se cruzan
por su camino, y cuando encuentran un lugar seguro se quedan también
observándole. Otra sin embargo le sigue, corre a su lado atraída por la curiosa
escena, pero igual de rápido que aparece se desvanece.
De pronto para.
Mira lentamente a su alrededor, la lluvia le sigue
advirtiendo del riesgo de hipotermia, pero él, sigue buscando una explicación
de cómo a llegado hasta allí. Mira atrás, buscando la solución más sencilla de
volver a los lugares que él conoce, pero algo piensa que le hace seguir hacia
adelante. Esta vez andando, tranquilo, saboreando ese momento de soledad
absoluta y buscando una explicación a por qué no echa marcha atrás pese a que
está oscureciendo, comienza a tener frío y su estado físico no es del todo
favorable.
En el fondo lo sabe,
no le gusta volver al pasado, no le gusta retomar sucesos que han ocurrido y que no tienen solución, que después de tanto
esfuerzo, de decepciones y alegrías, volver atrás es un error, pasado pisado, y
él en ese momento había pisado metros y metros de camino que no volvería a
pisar. Siguió hacia delante, pese a que el camino que seguía era completamente
desconocido, pese a encontrarse a unos pocos kilómetros de la puerta de su
casa.
Mantiene el mismo ritmo, y como un loco comienza a gritar.
Grita de impotencia, de felicidad, de tristeza, de apatía, de dolor, de tranquilidad
por encontrarse allí, grita y se ríe, como si la escena le causase gracia, pero
él sabe por qué está ahí, porque sin previo aviso se ha puesto el traje y ha
salido a la locura, solo él lo sabe, y por eso mira al cielo, cae una gota de
lluvia a su ojo derecho y se junta con una imperceptible lágrima.
Camina un rato, mientras admira los cultivos sin explotar, a
la lejanía debajo de los acantilados, se queda inmóvil, sorprendido por la
llanura, soñando e imaginando qué haría si se encontrase allí mismo.
Correr de un lado a otro, con una pelota, como si fuese
pequeño y no tuviese preocupación, aparecería el típico granjero que iría
detrás de él porque un niño a pisado sus tierras destrozando toda la cosecha.
Pero soñar, dura apenas unos momentos, vuelve a la realidad,
a su estado de embriaguez por lluvia, siguiendo el camino que le lleva a la
nada y vuelve a mirar atrás.
Ahora lo comprende todo, después de tanto lo siente en su
misma carne, de diferente manera, pero se da cuenta de ello.
Quiere seguir adelante pero se siente con miedo por no
conocer el camino, no sabe lo que le depara, no sabe si es largo, corto,
sencillo y encima oscurece más aún lo que no le permitirá ver más allá de pocos
centímetros. Mira atrás para volver sobre sus pasos pese a que no le guste,
pero sabe que es la opción más segura.
Hace un símil, y vuelve a confirmar su teoría, “Se refugia
en su pasado porque es lo que conoce, pese a las adversidades que ha tenido, y lo
mal que lo ha pasado en algún momento le hicieron feliz. Lo desconocido le
abruma, tiene miedo, aunque una parte de
sí misma quiera seguir adelante, pero como el camino es desconocido se adentra
en lo que fue y no en lo que será, sería algo así como es mejor lo malo
conocido que lo bueno por conocer”
Había seguido las señales que le habían llevado hasta ese
momento, hasta esa reflexión tan peculiar y a la vez tan espontánea.
Algo dentro de él cambió, lo suficiente para volver a coger
aire y enfrentarse a lo que menos deseaba, volver por donde había venido, no
sin antes dar unos cuantos gritos explicando todo esto al mundo inadvertido recordándose
que en unos días volvería a acabar lo que un día empezó.